Realmente es inevitable sentir que tu hijo es " mejor " que los demás. Tu eres su madre o su padre y la visión que tienes al respecto está distorsionada por esa relación.
Cuando tu hijo empieza a relacionarse con otros niños, la comparación entre ellos es natural y los padres siempre decimos que no tiene importancia que cada niño es como es... La verdad, es que cuando llegas a casa, empiezas a aleccionar a tus hijos para que mejoren en esas situaciones en las que no han destacado por sus habilidades. Los padres somos muy competitivos y queremos que nuestros pequeños sean los mejores en todo.
Naturalmente, cuando te encuentras con los padres del "rival" elogias con la boca llena las proezas de su hijo, pero interiormente piensas que el tuyo es mucho mejor y que el otro ha tenido suerte.
Puede ser estresante tanta competitividad, pero creo que si se sabe gestionar bien, resulta estimulante para hijos y padres:
El otro día llega mi marido con Pep de la biblioteca y me comenta que un amiguito suyo lee muy bien, que deletrea perfectamente los nombres de los dinosaurios. Pues bien, a partir de ese día ya me véis cada tarde peleándome con mi hijo para enseñarle a leer. Al principio Pep no quería, pero a medida que vió que iba mejorando, él mismo reclamaba el rato de lectura. Al cabo de un par de semanas leía perfectamente las letras de "Pal" y las "lligadas". Fue un éxito, Pep consiguió ser el mejor de su clase en lectura y comprensión.
Esta forma de actuar resultó beneficiosa para el niño y gratificante para mi, pero hay casos en los que no funciona...
Cada sábado Pep juega con su equipo un partido de fútbol. Su padre, su hermana y yo vamos animarlo todas la semanas. Pep es de los jugadores más pequeños ( tiene 4 años) y todavía no conoce bien la técnica. Cuando sale al campo se le ve feliz y se dedica a corretear sin ninguna estrategia y a saludar al público. Yo me pongo enferma, no puedo evitar decirle que vaya detrás de la pelota y que se concentre en el partido. Él ni caso, a lo suyo, a pasar el rato. Durante el viaje de vuelta intentamos explicarle que tiene que jugar mejor, con más ganas. Su padre le enseña a tocar el balón y a ir a por él, pero al sábado siguiente todo sigue igual.
En este caso se que no puedo atormentar a mi hijo con el tema del fútbol. Quizás no se le de bien y nunca llegará a ser el "crack" del partido. Creo que dejaré de meterme tanto y me reiré más de sus payasadas en el campo.
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